Criaturas malditas: Vampiros

El vampirismo y el vampiro son conceptos que se han dado en muchas culturas para designar un tipo de seres con un comportamiento que suele seguir siempre las mismas pautas. La principal es que se trata de no muertos o, dicho de otra manera, muertos vivientes o cadáveres que han regresado a la vida y se alimentan de sangre para preservar esa condición de “vivos” o en otros casos, adquirir juventud.

El concepto de vampiro existe desde los propios comienzos del ser humano. El temor por el regreso del fallecido al mundo de los vivos se ha dado desde la antigüedad hasta nuestros días y, por ende, en muchas culturas se han diseñado ritos o se han establecido unas pautas para lograr que los fallecidos no regresen, ya que en casi todas las civilizaciones donde se trata este tipo de hecho, se relaciona el regreso del muerto con alguna maldición que, siempre, se propaga entre los que aún preservan su vida.
Nombres como vamparush, nosferatu, nelapsi o strigoi designan a esta criatura nocturna, la mayor parte de las veces, en diferentes lugares.

En la mitología griega existía una criatura llamada “Lamia” que debido a los celos de Hera fue convertida en monstruo. Como Hera mató a sus hijos, en venganza, este monstruo se dedicaba a matar niños y absorberles la sangre, aunque en otras versiones del mito también se dice que atacaba a las doncellas. 
Asimismo, encontramos otras criaturas grecorromanas denominadas estrigas; criaturas con cuerpo de pájaro y cabeza de mujer que succionaban sangre de jóvenes y niños.

Se cree que la primera representación de este tipo de criaturas se encuentra en un jarrón de origen persa donde se puede observar a un hombre atrapado por uno de estos seres con intenciones de succionarle la sangre. También pueden encontrarse testimonios muy antiguos en China, India, Malasia, Polinesia, entre los aztecas y los esquimales.
Si posamos nuestra mirada en la Edad Media, comprobaremos que se presenta un gran apogeo de las leyendas vampíricas debido a las pestes y enfermedades que sacudieron aquella época. Por ejemplo, se han hallado crónicas escritas en latín en Inglaterra del siglo XII donde se habla de cadáveres localizados fuera de sus tumbas a los que se les daba el nombre de “cadaveres sanguisugus” o, lo que es lo mismo, cadáveres bebedores de sangre.

Las epidemias que se sucedieron a partir del siglo XIV provocaron que la fama del vampirismo creciera hasta niveles desorbitados. Desde el centro de Europa hasta el norte se produjeron epidemias de peste que provocaron el caos en la población y, como resultado, el intento de las autoridades por evitar la propagación de la enfermedad enterrando, en muchas ocasiones, a personas de manera precipitada. Estos actos propiciaron que se encontraran a los supuestos fallecidos, días después de su entierro, ensangrentados porque habían intentado salir de sus tumbas y sus panteones. Así, estos casos agudizaron la histeria colectiva y reforzaron aún más el mito del vampiro en Europa. Por ello, los casos de vampirismo se terminaron relacionando con la llegada de la peste y, al final, se adjudicó el poder de traerla a estos seres.

Además de la peste, existían otras enfermedades que favorecían a la creencia del vampirismo, también conocido como hematodixia. Al no poseer los avances médicos de los que hoy disponemos y, al carecer también de medios para la cura de ciertas enfermedades, tres de ellas destacaron principalmente como representantes de este mal. Se trataba de la porfiria, que causaba síntomas como la orina de color rojizo, la sensibilidad a la luz, ampollas y cambio de personalidad. La rabia, que provocaba convulsiones, babeo, insensibilidad y hormigueo, y la hematofagia, que como su propio nombre indica, se utilizaba y utiliza para designar a aquellas personas que consumían o consumen sangre propia o de otros, ya sea por nutrición, placer personal, excitación erótica o rituales. De aquí proviene un nuevo término, el autovampirismo, que consiste en provocarse heridas para lamer tu propia sangre. Otra enfermedad para la que no se conocía cura y que también provocaba síntomas graves era el ántrax. Con esta lista de enfermedades, los pueblos desinformados no las atribuían a problemas médicos, sino que las relacionaban directamente con los vampiros.

En adición, a parte del terror que provocaban estas leyendas se les atribuía otra relación muy importante que desencadenaría que algunos personajes se obsesionaran con la juventud y fueran considerados vampiros aunque no fueran no muertos. Esta relación no era otra que la que mantenía el no muerto con la supuesta inmortalidad. Se suponía que al haber regresado de la muerte, la habían derrotado por lo que estos seres ya eran inmortales. La necesidad de succionar sangre se le atribuyó a los vampiros para poder mantener esa inmortalidad, ya que la sangre se ha considerado desde tiempos antiquísimos como el líquido vital. Por todo esto, el concepto de inmortalidad también se relacionó con el de la juventud y algunas personas como la Condesa de Bathory se obcecaron en conseguir sangre de los otros para sus propios fines, convirtiéndose así en algunos de los grandes asesinos de la historia.

Se han conocido testimonios de gente que asesinaba principalmente a niños y jóvenes para obtener su sangre y luego bebérsela. Más tarde se añadirían a las leyendas populares o, como se llaman en la actualidad, las leyendas urbanas. Algunos casos fueron tan conocidos y terribles como los asesinatos de Erzsébet Báthory, también conocida como la “condesa sangrienta”.
Según las biografías, con algo más de setecientos asesinatos conocidos de mujeres jóvenes y doncellas, esta aristócrata húngara estaba obsesionada con la sangre puesto que, al parecer, creía que tenía propiedades rejuvenecedoras. Fueron muchas las atrocidades que esta mujer cometió con muchas víctimas para mantenerse joven y hermosa. Lo que primero comenzó como unos simples frotes de sangre, acabaron en verdaderos baños. Según las leyendas, se cuenta que la condesa, aunque tenía cuarenta años y había tenido cuatro hijos se confundía con una muchacha de veinte.

Como se puede ver, son muchas las leyendas sobre vampiros las que se han desarrollado a lo largo del tiempo. Estas leyendas ayudaban a que el miedo colectivo obligara a la gente a clavar una estaca o enorme clavo en el esternón del fallecido y, posteriormente, cubrirlo de piedras pesadas para que no pudiera levantarse por la noche. Esto lo solían hacer con personas que hubieran muerto por la peste o de manera prematura, sobre todo en Rumanía donde se han encontrado verdaderos cementerios vampíricos con personas enterradas de esta forma.

De esta manera, llegados al final del artículo, sobra decir que el origen de esta criatura tan venerada y utilizada en el cine, dista mucho de los personajes sexuales, de gran belleza maligna que son explotados de manera continua en la literatura y la televisión. El vampiro, en definitva, no deja de ser una criatura que ha sobrevivido a la propia muerte y que necesita el líquido vital para mantenerse en nuestro mundo. Su carácter asesino y su relación con la enfermedad y la propia muerte, lo convierten en un ser del terror. Un parásito que acompaña a los hombres incluso en sus más recónditas pesadillas.

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Publicado por Vero Monroy

Filóloga, escritora, correctora y editora (portadista, maquetadora e ilustradora). Amante de los animales y de la fantasía. Los géneros con los que trabajo como autora son el fantástico y el sobrenatural. Ilustro tanto mis ideas como las de otros autores o todo aquel que quiera ver sus sueños plasmados en un dibujo, corrijo y reviso textos, novelas y trabajos así como diseño portadas y maqueto obras.

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