Escritor
El repiqueteo de las teclas de la vieja máquina de escribir resonaba por todo el despacho. El escritor, sumergido en sus pensamientos, tecleaba la más grande de las historias, esa que le llevaría al éxito, aquella por la que decenas; no, cientos; qué va, ¡miles de lectores!, acudirían a él para conseguir su firma. El camino no había sido fácil, pero la palabra rendición no se hallaba en su vocabulario.
Como todos los días, había acudido al despacho descuidado, que bien podía parecer abandonado, y se había sentado a escribir en su adorada máquina y fiel compañera de sueños. La intensidad con la que lo hacía siempre le llevaba a no necesitar comer ni beber ni siquiera dormir, no importaba que se pasara toda la madrugada escribiendo. De hecho, siempre despertaba descansado a las ocho de la tarde y, sin pensárselo dos veces, acudía al encuentro con su rutina. Algún día, sí, ¡algún día se convertiría en un escritor de renombre!
Así soñaba bajo el sonido incesante de las teclas cuando la luz traviesa del alba le sobrevino. Entonces, llevado por un repentino deseo de descanso, dejó de escribir, acarició las hojas con las letras de su gran historia impresas y, como siempre, se retiró hacia su cuarto para quedarse dormido antes de llegar.
—La verdad es que el piso es impresionante —comentó la mujer.
—E inquietante. Muchos vecinos dicen que todas las noches se oye la máquina de escribir del despacho a toda pastilla.
—¿De verdad?
—Eso dicen, pero, aunque sí que hay una máquina, en todos los días que llevamos visitando este sitio no hemos encontrado nunca ni una página escrita.
—Pero ¿hace poco no descubriste en un mueble varios manuscritos?
—Sí, pero son de hace muchos años. Del antiguo propietario, al parecer, un escritorcillo frustrado.
©2021, Verónica Monroy
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