Corazón
El asesinato de Gustavo fue del todo inesperado. No había nadie en ese pueblo que no conociera al viejo juguetero que, durante toda su vida, fue conocido por sus preciosas muñecas de tela. Un buen hombre como él, generoso y a quien el negocio le iba bien, pues a pesar de la presión de las grandes multinacionales, sus muñequitas gozaban de una personalidad propia que conseguía que todo el que las viera quisiera adquirir alguna, ¿cómo era posible que hubiera tenido ese final? Además, su hija hacía poco le había dado una nieta que lo tenía encandilado, se diría casi que enamorado, y de la que nunca dejaba de hablar.
Observando con detenimiento el cadáver de Gustavo, el inspector Ibáñez no comprendía en absoluto las razones para que alguien actuara de una manera tan cruel. Sentado en una silla, con la cabeza hacia atrás y rostro de verdadero terror, presentaba un hueco considerable en el pecho y le habían arrancado el corazón.
Ibáñez conocía al juguetero desde pequeño. Lo recordaba como alguien afable, que siempre llevaba en la mano una bonita muñeca de cabello de lana blanca y grandes ojos perlados azules que siempre presumía como su mayor tesoro. De hecho, sabía con certeza que gracias a ella había ganado varios clientes, pues en cuanto la gente la veía enseguida deseaba una muñequita tan maravillosa como esa. Aunque debía reconocer que nunca volvió a coser otra igual. Era especial y protagonista de todas sus conversaciones.
Caminaba rememorando todo ello cuando, de pronto, se topó con un rastro de sangre que se arrastraba hacia una habitación entornada. Desenfundó su arma y con suma cautela se dirigió hacia el cuarto. La mancha sanguinolenta llegaba hasta un pequeño taburete donde descansaba la muñeca albina de ojos azules. Extrañado, Ibáñez agarró el juguete empapado de sangre y nada más notar el bulto de su interior, la descosió por detrás. El corazón aún caliente de Gustavo se encontraba en su interior. Horrorizado, volvió a girarla y ya no supo si eran imaginaciones suyas, pero la cara de la muñeca le pareció diferente.
©2021, Verónica Monroy
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