Existen muchas maneras para practicar la escritura. A veces, nuestras ocupaciones impiden que tengamos claro qué queremos escribir, pero necesitamos hacerlo para practicar nuestra expresión o simplemente expresarnos. Una de las maneras que yo utilizo (y ya he comentado en otras entradas) es usando imágenes de algún juego. En mi caso, comencé con el juego de los Sims 3 porque, no solo me permitía crear a mis personajes, si no que el modo de juego libre me permitía jugar en base a alguna historia que quisiera crear.
De esta manera, nacieron dos historias. La primera, el Legado Redirok y la segunda, el Linaje Hydra. Estas dos historias las he ido escribiendo conforme he ido cumpliendo retos en el juego. A estos retos se les llama «generacionales» ya que, como los sims es un juego de simulación, los personajes nacen, crecen, se reproducen y mueren (resumiendo mucho). El primer reto es típico de todas las páginas de fans o simmers: llevar un legado familiar hasta su décima generación. El segundo fue creado por mí para un foro sobre sims que comparto con algunos amigos y que tiene el mismo objetivo: llevar un linaje familiar hasta la última generación basada en «criaturas sobrenaturales», es decir, un reto de temática fantástica.
Así, con este contexto comencé a jugar estas partidas y a escribir gracias a las imágenes una historia «ilustrada» o fotográfica. Los capítulos están organizados en los herederos que por ahora han nacido y si te gustan las historias de temática mágica, creo que el Linaje Hydra puede saciar con creces tu lectura. Se trata, en definitiva, de la historia de una familia de oscura ascendencia y a la que rodea una maldad permanente.
En esta ocasión, un ejemplo será la mejor explicación, así que os dejo el primer capítulo del linaje en esta entrada y el enlace a lo que llevo de esa historia. En este blog, colocaré alguno de vez en cuando para aquellos a los que les gusta leer, aunque por desgracia no puedo colocarlos todos, ya que tenemos un límite de imágenes 😛
Sin más, os presento el primer capítulo del Linaje Hydra:
Aquí está lo que por ahora hay escrito de la historia
Capítulo 1: Zeode
Él nunca fue un niño normal y no porque tuviera algún tipo de defecto, alguna limitación, algún problema. Simplemente, él era distinto. Desde su infancia, desde aquella vida que en muchas ocasiones no lograba comprender. Muchos habían dicho que él era especial, que jamás habían conocido a nadie con ese color y ese brillo en los ojos. Le hicieron sentir incómodo en tantas ocasiones como, a la vez, le halagaron. «Principito» le decían. «Rey» le llamaban. Las mujeres del pueblo estaban encantadas con él. ¡Qué niño tan adorable! ¡Qué muchachito tan guapo! Seguro que cuando fuera mayor, sería todo un caballero.
Zeode, que así se llamaba el muchacho, no tenía una vida como el resto de los niños de aquel pueblo escondido entre las montañas. Nunca conoció a su madre, jamás supo cómo era. Él vivía con una mujer mayor, de aspecto siniestro y voz desgastada que parecía hablar arrastrando susurros. Cuando él era aun muy pequeño, en alguna ocasión le había preguntado si ella era su madre, a lo que ella parecía ponerse nerviosa, histérica y lanzando pequeños gritos le decía que no y que jamás pensara eso. Con el tiempo, Zeode entendió por él mismo que aquella vieja decrépita no podía ser su madre, era imposible. Sin embargo, ella jamás le dio información de su verdadera madre. Se limitaba a decirle que lo encontró en un bosque, abandonado y a punto de ser devorado por los lobos.
De cualquier otro modo, esta acción de socorro hubiera sido motivo, sin duda, de un agradecimiento eterno, pero Zeode no lo sentía así. Aquella mujer a la que con el tiempo acabó llamándole «vieja» por el profundo asco y rencor que le provocaba parecía, en muchas ocasiones, querer aplastar todo atisbo de buenos sentimientos en el niño. Zeode era carismático, divertido, un gran orador. Convencía a otros niños con la facilidad de quien lleva toda una vida dirigiéndose a grandes multitudes. Hacía amigos muy deprisa y pronto se hizo popular en el pueblo. Sin embargo, cuando llegaba a su casa, la vieja le hacía dudar de sus amistades. Le hablaba de la falsedad, del interés, de la envidia… Le decía que sus amigos estaban a su lado porque era popular pero no porque lo quisieran realmente. Aquella mujer repugnante era tan desagradable como misteriosa. Se pasaba el tiempo en su mecedora, leyendo o cosiendo según le daba. Cocinaba poco y cocinaba mal. Zeode en realidad la odiaba. El niño tenía una gran imaginación, pero una imaginación perturbadora muchas veces. En las noches, muchas, muchas veces, más de las que él mismo pudiera contar, había creído ver a la vieja en la puerta de su habitación observándole mientras dormía. Quieta en el marco de la puerta, sus arrugas se acentuaban más, y en la oscuridad él sólo podía ver su sombra. Cuando la luna llena entraba por la ventana y la luz chocaba contra el cuerpo pequeño y escurrido de la anciana, le sobrevenía el terror. La vieja solía llevar el pelo recogido en un moño, pero en aquellas ocasiones, el pelo lo llevaba suelto, lacio, fino… Apenas tenía y la cabeza se le coronaba con una incipiente calvicie. Su cara ya no era rugosa, sino llena de pellejos que le caían a los lados y sus ojos… ¡No tenía ojos! Dos cuencas vacías eran las que miraban al niño que sufría de terror al ver esa macabra escena. Cada noche, la sombra o la figura calavérica aparecía en la puerta de la habitación y no dejaba de mirarle hasta que llegaba la luz del día.
Con el tiempo, el chico se convenció de que aquello eran pesadillas. La vieja había acabado con todas sus ilusiones, con todos sus sueños y con su imaginación. Lo extraño de todo aquello era, que cuando Zeode hacía demasiadas travesuras, a pesar de lo mal que lo trataba aquella mujer, nunca se atrevió a ponerle la mano encima. En ocasiones, el niño tuvo la impresión de que cuando él se enfadaba, la mujer temblaba e intentaba contentarlo para luego volver a tratarlo mal. A la temprana edad de los quince y dieciséis años, Zeode comenzó a conocer los entresijos del amor y la atracción. Había estado tonteando con algunas chicas del pueblo, pero nunca resultaba nada serio. En alguna ocasión, creía que en él había nacido un sentimiento de cariño y fuerte dependencia hacia alguna muchacha, pero cuando eso sucedía, la vieja volvía a aparecer con sus lecciones de vida y de una manera o de otra, le demostraba que el amor era algo que no existía. Al principio y debido a su adolescencia y rebeldía, Zeode se burlaba de la vieja pero, la respuesta de la mujer era una carcajada más sonora y espeluznante que todos aquellos insultos que él le pudiera dedicar.
«Nadie te querrá realmente porque tu belleza será motivo de atracción, pero no de amor. Además, tienes el corazón negro y a todos los que intenten acercarse a ti, los alejarás. Los que se queden contigo sufrirán la desgracia de estar con alguien como tú»
Esas eran las palabras que la vieja repetía una y otra vez. En realidad, Zeode se estaba convirtiendo en un joven muy apuesto. Una belleza misteriosa y perturbadora que atraía a los demás como polillas a la luz. Él no se consideraba mala persona pero, misteriosamente, todo lo que él hacía por los demás, le regresaba en forma de odio, mentiras y desplantes. Así, con el tiempo, dejó de tomar en serio a ninguna mujer y a ningún amigo.
Pronto, las mentiras y el odio se cernieron sobre él como espadas que sesgaban su vida poco a poco. La gente que antes le quería, ahora le odiaba y buscaban cualquier pretexto para juzgarlo. Para desgracia de Zeode, una noche de luna llena, cuando él ya tenía 21 años, encontró a la vieja muerta en el jardín de la casa. La mujer yacía boca abajo entre la hierba, con la cara desencajada. ¿Le habría dado un infarto? Y aunque así fuera… ¿Quién le creería? Aquello fue suficiente para que Zeode decidiera partir a otro lugar, un lugar donde hacer una nueva vida. Recogió sus cosas lo más deprisa que pudo y raudo, cruzó el umbral del jardín hacia un lugar sin dirección. Mientras se marchaba, no giró la cabeza ni una sola vez. No sentía pena de la vieja y en el fondo sentía que se alegraba de no tener que aguantarla más. Si se hubiese girado en aquel momento, tal vez podría haber visto como el rostro muerto de la anciana esbozó una sonrisa y, acto seguido, se deshacía en infinidad de escarabajos que se enterraban en la tierra con un sonido aterrador. La estructura de la casa se pudrió y los cristales se rompieron, dejando al polvo establecerse en lo que antes había sido un hermoso aunque inquietante hogar, para convertirse en una casa abandonada por siglos.
Zeode- Bueno, tampoco está tan mal para empezar. No entiendo a qué venían tantos recelos de la vieja por sus cosas si apenas tenía dinero.
Zeode- Al menos ha servido para conseguir una casa. Aunque no sea lo que a mí me gustaría pero, en fin, por una vez esa mujer ha sido útil en mi vida.
Después de viajar mucho, de convencer a comerciantes para que le llevaran en sus carros y de pasar noches en posadas de mala muerte a cambio de barrer y fregar los platos, Zeode llegó a un lugar muy pintoresco donde el culto a los dragones estaba generalizado. Desde pequeño y sin saber muy bien el por qué, siempre había tenido debilidad por aquellas criaturas aunque sabía perfectamente que sólo eran cuentos y leyendas. Puede que su apellido le ayudara a generar ese gusto por los dragones. Zeode nunca pudo averiguar por qué su apellido era «Hydra». Era tan potente como extraño. La vieja, lo único que le decía al respecto, era que «te apellidas Hydra porque eres un Hydra«. Hecho que no explicaba en nada la procedencia de dicho nombre.
Aquel lugar le pareció perfecto a Zeode y buscando alguna casa donde pudiera instalarse, vio con bastante resignación que la mayoría superaban con creces sus ahorros (ahorros robados de la vieja aquella noche cuando la encontró muerta). Por suerte, en un gran descampado, al lado de un lago, se vendía una casa a un precio asequible para él. Aquel lugar era burla a la inteligencia. Costaba demasiado para lo que contenía pero, menos es nada. El nuevo hogar de Zeode tenía una habitación con una cama andrajosa y llena de muelles, una cocina vieja, una salita conectada a la entrada con una mesa y una silla y un cuarto de baño que carecía de lavabo, aunque contenía un viejo retrete y una estropeada ducha. Lo más irrisorio de aquel lugar, era la única luz que había. Una bombilla de cordón pequeña en medio de la sala, dejando el resto de la casa a oscuras. Viendo aquella situación, Zeode decidió que ya era hora de buscarse un oficio. Una de las características más apreciables y que mejores frutos le había dado en su vida era su voz potente y melodiosa. Siempre le había gustado cantar y cuando lo hacía parecía hechizar a la gente. Por otro lado, y en un lugar nuevo, era poco probable que consiguiera darse a conocer tan rápidamente como en su pueblo. Además, era un joven con inquietudes. Siempre había querido aprender y conocer nuevas cosas. La vieja jamás le había permitido ir al colegio, pero curiosamente, él sabía muchas más cosas que los niños de su edad. Tomando todos estos factores en cuenta y gracias a un anuncio que vio en uno de los carteles del pueblo sobre una universidad cercana, decidió que lo más provechoso sería ir y aprender, ganar dinero para arreglar su nueva casa y emprender su vocación de cantante.
El plan era perfecto, sin embargo, las cosas no suelen ser tan fáciles como uno las piensa y Zeode se dio cuenta de ello cuando hizo las pruebas de aptitud para la universidad.
Zeode- ¿Qué aspiraciones tengo? Mmm… Ser libre con mi voz como único instrumento de guerra.
Zeode- Haz el cálculo vectorial de… ¡¿Pero qué mierda…?!
El resultado de las pruebas de aptitud fueron, como era de esperarse, bastante negativas e ir a la universidad no resultaba precisamente gratuito. A Zeode, la carrera que más le llamaba la atención era Bellas Artes, pero necesitaba ahorrar porque ni siquiera sería becado. De esta manera, no le quedó más remedio que ser un desconocido cantautor que utilizaba su voz para ganarse algunas propinas.
La ropa que debía utilizar para no desentonar con el pueblo era realmente ridícula y Zeode se juraba a sí mismo que cuando tuviera la fama suficiente, adoptaría su propio estilo. Por otra parte, y a pesar del atuendo ridículo, su voz seguía sonando tan especial y cautivadora como siempre y eso pronto atrajo la atención de los habitantes de Dragon Valley.
Zeode- ♫ Sigue el camino de mi mirada, alcanzaremos la madrugada, puesto que sabes que con una palabra, tú mi alma tendraaaaaaaaas ♫
Habitantes- Canta muy muy bien este muchacho. Ten unas moneditas, ¡te lo has ganado!
Poco a poco, la presencia de Zeode en las calles comenzó a manifestarse en los periódicos. En ellos se referían a él como el «Artista de la voz melodiosa» y se preguntaban cuál sería su nombre y si realmente cantaba por devoción o porque necesitara dinero.
A Zeode no le gustaba aquella aparente sensación de compasión que tenían respecto a él. Quería que lo admiraran por su voz. Desde hacía mucho tiempo ya no le importaban los sentimientos de los demás y estaba decidido a triunfar por él mismo. Al fin y al cabo se lo merecía.
¿Quién no se reiría si le vieran cocinar a oscuras porque sólo tenía una luz en la casa? Él desde luego lo haría.
Estaba sólo, como siempre. Toda su vida había estado sólo. La vieja decrépita sólo fue un estorbo y una piedra en su camino. Ni siquiera le había resuelto las dudas sobre sus orígenes.
Todos los chicos del pueblo estaban rodeados por sus familias, sabían cuáles querían que fueran sus objetivos en la vida. Tenían el apoyo de los amigos y la gente que les rodeaba. Él no. Al principio creyó que lo tuvo, pero luego descubrió que todos eran unos falsos. Si la vida se trataba de comportarse interesadamente unos con otros, él haría lo mismo. Zeode debía enfrentarse a la vida con las dudas de quien nada sabe de sí mismo.
Y aunque todo se lo habían negado, había tomado la determinación de encontrar sus orígenes, de saber al menos quien era. No le importaba realmente que fuera un bastardo, el hijo de alguien a quien no le convenía que supieran de su existencia, incluso no le importaba que fuera fruto de alguna violación. Lo que quería era saber quien era y triunfar. Para ello, su camino comenzaba en la universidad y una vez que consiguió el dinero suficiente, se matriculó sin dudarlo.
Su nueva etapa comenzaba. Tendría la carrera de Bellas Artes, lo que le proporcionaría información y conocimiento sobre todos los temas que le interesaban. Aunque supiera que la mitología, los seres mágicos y demás eran cuentos y leyendas, no era menos cierto que formaban parte de la cultura de la humanidad y él quería conocerlo. Era inteligente, curioso y su objetivo pasaba por tener el conocimiento suficiente y el poder para estar por encima de los demás. ¿Quién sabe si con la fama que buscaba no regresaba a su pueblo de origen para aplastar a todos aquellos que le engañaron y martirizaron? Zeode Hydra era un triunfador y muy pronto el mundo lo sabría, empezando por Dragon Valley.