Copa
El conocimiento puede llevar a la locura, es una verdad irrefutable. El ser humano avanza porque es una criatura curiosa y ávida de saber. En mayor o menor medida, todos desean aprender, aunque un gran número de personas prefiere vivir en la siempre dulce ignorancia.
Daniel pensaba en estas cuestiones, envidiando incluso a quienes no necesitaban más que una vida sencilla, sin complicaciones ni se hacían preguntas trascendentales. Desde pequeño, siempre quiso saber más, ser alguien muy culto e inteligente, tener respuestas a todas las incógnitas que su inquieta mente escupía sin cesar. Esa personalidad le brindó muchas alegrías, pero también le regaló la pesadilla en la que se encontraba.
Leyendo diversos informes y estudios, llevaba tiempo detrás de un magnífico elixir que, al parecer, brotaba del mismo corazón de la tierra. Un líquido que contestaba a todas las indagaciones sobre la existencia, ya que, los pocos testimonios que había sobre él afirmaban que originaba vida.
El catedrático, empeñado en descubrir si eso era cierto o no, se adentró en una búsqueda sin parangón que lo trasladó a unos bosques abandonados de la India. En una caverna, oculta al ojo del hombre, halló no solo el elixir, sino también a quien creyó su alma gemela. No se podía creer que la hermosa mujer que custodiaba el líquido prodigioso se fijara en él.
De este modo, ella le confirmó las maravillas que esa, en apariencia, agua blanca, era capaz de lograr y le invitó a que la probara. Él no tuvo reparos y no tardó en comenzar a experimentar consigo mismo.
Todos los días, ella rellenaba una copa y le daba de beber. Al principio, se sintió revitalizado, pero pronto se notó diferente y le sobrevino el dolor. Sus entrañas se retorcían cada vez que bebía y su cuerpo cambiaba. Ese día, la luz del sol se colaba por una grieta de la cueva en la que se encontraba encadenado y reflejaba en el metal de la copa su imagen. En verdad, ni los textos ni ella mentían. En él se estaba originando una nueva forma de vida.
©2021, Verónica Monroy
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