LITERARTOBER 2021/16. DESIERTO

Desierto

No creía en las maldiciones de las momias. Llevaba mucho tiempo trabajando con ellas y su rigor científico le impedía aceptar la existencia de esas mentiras y patrañas. Como notable arqueólogo, se debía a sus estudios para explicar cuestiones sobre la historia y culturas humanas, por lo que nada podía detenerlo en su vocación. Ni siquiera el mensaje críptico que tenía frente a él, grabado en una roca. Le había costado mucho llegar hasta esas ruinas perdidas en medio del desierto y no iba a dar marcha atrás por una simple y antigua advertencia.

«Cuídate de no tocar los falsos tesoros que como ónix brillan en la oscuridad, pues esta no es tierra para el descanso de los que ya no están, sino la última esperanza para detener a la bestia».

Se encontraba fascinado con cada palabra que encontraba en esas rocas. Hablaban de monstruos, de sacrificios, de una prisión que ningún vivo debía pisar.

Ensimismado con los mensajes y los dibujos de las paredes, se internó más y más en la profundidad hasta llegar a una estancia donde no se podía ver nada. Sin embargo, él siempre iba preparado y no tardó en verter luz sobre el lugar y comprobar que lo único especial de esa sala residía en dos grandes óvalos negros centrales con otras cinco esferas más pequeñas a cada lado por debajo de ellos, incrustados en una enorme pared de tierra al fondo. Parecían construidos en algún mineral precioso, y su curiosidad hizo que avanzara para comprobarlo. Ya delante de ellos, se quedó extrañado, ya que, bajo la luz de la antorcha, brillaban de una manera especial, como si en realidad fueran ojos que lo observaran. 

Así pensaba cuando un poderoso estruendo precedió a una vibración que sacudió toda la estancia. Cubierto de polvo y aturdido, miro al umbral ahora sellado por una puerta que se asemejaba a dos pinzas parduzcas entrelazadas. No quiso mirar atrás, algo le decía que las piedras que había visto se encontraban pegadas a su espalda, reluciendo con intensidad, como ónix bajo la luz de la antorcha.

©2021, Verónica Monroy

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LITERARTOBER 2021/15. INFIERNO

Infierno

—¿Qué es el Infierno, mamá?

Arqueó una ceja y miró a su hijo con extrañeza, mientras recogía los platos del desayuno. Siempre había sido un niño muy listo, por lo que, a decir verdad, tampoco era tan raro que le formulara una pregunta como esa.

—El Infierno… —comenzó con la mirada perdida, como si intentara recordar un discurso largamente repetido— es un lugar al que van las almas de aquellos que han actuado mal en la vida.

—Ah, ¿te refieres a las personas malas?

Se quedó un momento en silencio. Dudó.

—No —contestó al fin—. No todos los que acaban en el Infierno son malas personas.

En ese momento, la alarma del reloj la avisó de que su nuevo novio estaría al caer. Tenía muchas ganas de estar con él, aunque con el niño presente…

De pronto, sintió remordimientos y algo en su interior le advirtió de que verse a solas con él más tarde tampoco era tan malo. Sin embargo, actuando casi como una autómata, instó a su hijo a prepararse rápido para ir a la escuela.

—Vas a llegar tarde, date prisa.

—Pero, mamá, aún es pronto.

—No es pronto, vas a llegar tarde. ¡Rápido! No quiero que me llame tu profesor. ¡Venga, venga!

El niño obedeció, su madre le colocó la mochila con urgencia y lo llevó hasta la puerta.

—Date prisa, no llegues tarde —le repitió.

En cuanto doblara la esquina, su novio, que ya esperaba cerca del jardín, podría entrar en casa.

El chico corrió y corrió todo lo rápido que pudo, animado por su madre, cuando el chirrido de unas ruedas quemando el asfalto lo inundó todo. Un golpe y el cuerpo del niño cayó a varios metros bajo el chasquido de unos cristales y el alma de su madre. Llorando se miró las muñecas y vio las largas rajas que las surcaban. Entonces, su conciencia despertó durante unos minutos para recordarle qué era todo aquello y que se preparara, pues estaba condenada a repetir esa escena una y otra vez en un bucle infinito de culpa y muerte en el mismísimo Infierno.

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LITERARTOBER 2021/14. LUZ

Luz

Mayka se consideraba un ser de luz. Terapeuta espiritual, ayudaba a sus clientes a través de terapias alternativas que curaban el alma, que limpiaban las energías y las conectaban al cosmos. Le gustaba sentir que era única, que había alcanzado un estado de conciencia que le permitía no solo asistir, sino también guiar a los demás. Comenzó interesándose por los ángeles, aprendió sobre minerales, invirtió su tiempo en técnicas de autoayuda, hasta sentirse libre abrazando árboles y enseñando al resto que todo lo que sucedía tenía una razón.

Desechaba todo lo relacionado con la oscuridad, detestaba y sentía lástima por quienes se sentían atraídos por la negrura y no el sendero iluminado. Se veía como maestra, ¡era una maestra!, sus discípulos la adoraban, siempre con su simpatía natural y sus ganas por sanar sus espíritus. Tan fuerte era su obsesión por la luz, hasta el punto de creer que conocía todo sobre su naturaleza, que se esforzó mucho, viajó a infinidad de lugares en busca de una sabiduría mayor, deseando trascender.

Hasta que todo cobró sentido una noche, en un sueño.

Ángeles, deidades, energías, seres primordiales… se cuenta que existen entes por encima del hombre, cuya magnificencia solo se encuentra al alcance de la comprensión de unos pocos elegidos. Mayka se vio como uno de ellos cuando la voz ininteligible para la mayoría se tornó en saber para ella. Se maravilló con lo que le reveló: la verdad se encuentra en la luz. Debía desearla más, entregarse más, dejar que la llenara con su poder. Solo así se volvería como ellos, luz pura y radiante en el Universo.

Aceptó, por supuesto que aceptó. Solo con pensar en los rostros de admiración de sus discípulos se le encendió el alma, alimentando un ego peligroso que no le permitió ver que no era un ser perfecto. Demonios, sombras, criaturas de la noche… temidos por la humanidad, aunque Mayka llegó a clamar a gritos que alguno la ayudara, cuando su cuerpo empezó a arder y su alma se abrasaba para convertirse en la luz que alimentaría a un ser puro y radiante.

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LITERARTOBER 2021/13. OJOS

Ojos

Vivir con miedo no es fácil, sobre todo, cuando ni siquiera tus padres creen en ti.

Héctor lo sabía muy bien. Desde que jugó con sus amigos a ese tablero tan famoso que salía en algunas películas, nada volvió a ser igual. Poco después de aquello empezaron a sucederle situaciones extrañas que, en un primer momento, el chico atribuía a simples coincidencias. Pasaba al lado de una estantería y algún libro se caía, mientras desayunaba con tranquilidad para ir a la escuela, los cereales se desparramaban por el suelo; cuando se encontraba en el baño, el grifo se abría… hasta que un día, mientras se lavaba los dientes para irse a dormir, lo descubrió. Apenas fueron unos segundos, pero resultaron más que suficientes para que la sangre se le cayera a los pies. Tras él, en la oscuridad del pasillo que se dejaba entrever por la puerta del baño entornada, y gracias al espejo que tenía enfrente, advirtió dos puntos brillantes, dos ojos que lo miraban con atención y que, al verse sorprendidos, desaparecieron. El sonido de los pasos apresurados por el pasillo le erizó el vello de la nuca.

A partir de entonces, ya no pudo dormir bien.

No había noche en la que no se sintiera observado. No importaba que hubiera cerrado la puerta de su cuarto ni que Max, su perro, durmiera con él. Alguien lo acompañaba todas las noches. En un principio, sin manifestarse, pero poco a poco los ojos fueron haciéndose presentes. Primero, en el armario; luego, en un rincón; más tarde, al lado de la ventana. Las dos luces esféricas nunca lo abandonaban.

Intentó muchas veces llamar a sus padres a gritos, aunque cuando acudían jamás veían nada y lo achacaban a los ojos de Max, que una noche huyó despavorido para jamás regresar a su cuarto.

Ahora Héctor, venciendo al miedo, o derrotado por él, dormía mejor. Tan solo debía dejar que una mano agarrara la suya por debajo de la cama, durante toda la noche. Pues prefería el tacto frío a ver los brillantes ojos que no dejaban de mirarle.

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LITERARTOBER 2021/12. BOLA DE CRISTAL

Bola de Cristal

Hace tiempo, en un barrio muy concurrido de una ciudad al sur de España, una gitana se ganaba la vida adivinando la fortuna de los transeúntes con la quiromancia. Por supuesto, no poseía ningún don especial ni premonitorio, pero su mal carácter y la fama de las maldiciones gitanas eran suficientes para infundir el miedo en quienes se cruzaban con ella. Así, bajo la amenaza de un terrible mal de ojo, la mayoría pagaba para quitársela de encima.

Una tarde, después de una mañana fructífera gracias a que había comenzado la Universidad y las jovencitas resultaban una presa fácil para su astuto oficio, la gitana observó cómo, de buenas a primeras, abrieron un local de productos esotéricos en el que también se ofrecía ver el futuro. A partir de entonces, su trabajo se le complicó, pues ya fuera verdad o mentira, a quienes asaltaba para leerles la mano se excusaban con que ya lo habían hecho en ese lugar.

Rabiosa por lo que estaba sucediendo, no tuvo nada más que ver a la dueña, una mujer joven que no era gitana y de aspecto pacífico, para decidir darle un toque de atención.

Era temprano cuando entró en el local y, fingiendo una gran preocupación amorosa, pidió a la dueña que le hablara de su futuro. Esta, muy tranquila, le ofreció sentarse y en cuanto colocó sus manos sobre una hermosa bola de cristal, la gitana tuvo seguro que se trataba de una estafadora como ella. Por eso, sacando una navaja, se levantó de golpe y amenazó a la mujer con que se marchara de su barrio o el infortunio caería sobre ella por el mal de ojo que le echaría.

—Si yo fuera tú, no haría nada con esa bola —advirtió la dueña viendo las intenciones de la gitana.

Esta la ignoró y a gritos estampó la esfera contra el suelo. Desde ese día, no volvieron a ver a la gitana del barrio, aunque algunos afirman que creen escuchar su irritante voz pidiendo ayuda cuando la dueña de un local esotérico les lee el futuro con su bola de cristal.

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LITERARTOBER 2021/11. CERRADURA

Cerradura

Todos tenemos defectos, pero el mayor del vecino de la casa número cinco, sin duda, era la curiosidad. Le encantaba estar pendiente de todo lo que hacían los demás, sin excepción. Sabía cuándo se iban a trabajar, cuándo regresaban, si se iban de compras, si celebraban algún evento… Solía salir al jardín, simulando cuidar de las plantas y allí daba rienda suelta a su placer culpable.

El último chisme que le traía de cabeza se encontraba muy cerca, en concreto, en la casa número seis. Llevaba tiempo sin ver al hijo de los vecinos, algo extraño si se tiene en cuenta que el colegio había empezado hacía una semana. Además, de la noche a la mañana sus vecinos cerraban el cobertizo del jardín con una cerradura y un candado de importantes dimensiones, junto con unas cadenas. ¿Qué estaba pasando? Solo él y sus prismáticos podrían adivinarlo.

Muchas veces espió a sus vecinos para ver si abrían la cerradura que tan obsesionado le tenía, aunque solo por la noche su espionaje dio frutos. Unas veces era el marido, otras la mujer, pero no había madrugada que no salieran de casa con un plato hasta arriba de algo que no podía identificar y lo llevaran al cobertizo.

En una ocasión, cuando ambos se fueron a trabajar, su curiosidad pudo más que él y se coló en su jardín. Después, se acercó a la cerradura negra, la toqueteó con ansiedad y, cuando las cadenas chocaron con el cobertizo, algo golpeó por dentro la puerta con tal fuerza que cayó de espaldas y corrió despavorido a casa.

¿Qué esconderían los vecinos? ¿Un animal exótico? ¿Un ejemplar ilegal?

La respuesta le llegó un fin de semana cuando se disponía a regresar a casa. Su vecino lo inmovilizó y arrastró para llevarlo al cobertizo, abierto y sin cerradura.

—¿Quieres saber lo que hay dentro? Ahora lo sabrás.

Después de lanzarlo al interior, cerraron la puerta y echaron la cerradura. Unos gruñidos guturales ahogaron con rapidez los gritos del vecino, que pronto dejó de moverse. —Aliméntate bien, hijo, que la próxima luna llena está al caer.

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LITERARTOBER 2021/10. RECUERDO

Recuerdo

Su recuerdo era tan intenso que no podía dejar de verla. Habían transcurrido algunos meses desde que falleció, pero casi desde el día siguiente el recuerdo de su madre se presentaba. La recordaba siempre, siempre, siempre e, incluso, podría jurar que hasta era capaz de oír su voz firme y exigente. Debía reconocer que con ella nunca fue libre, pues siendo su hijo menor su sobreprotección rozaba los límites de un control despiadado.

Que si haz esto, que si haz lo otro. Oía sus imposiciones con claridad, aunque ya no se encontrara entre los vivos. Su recuerdo era insistente y, como un martillo, taladraba su mente sin descanso. Solo cuando obedecía, su visión desaparecía, por lo que, en palabras del psicólogo, tenía que ver con la relación de dependencia creada durante tantos años y el duelo.

Pero ¿qué duelo? Si tan solo quería librarse de ese maldito recuerdo. Deseaba empezar a vivir y no oírla más; ni siquiera los antipsicóticos hacían efecto. No se iba, ¡no se iba! ¿Qué podía hacer?

Un cambio, eso. Un cambio quizá podía ayudarle. Se buscaría un empleo en otra ciudad, con lo ahorrado otro piso, conocería gente… se alejaría de todo lo relacionado con su recuerdo. Esa sería la solución. Convencido, se propuso sacudir su vida para reaccionar, y lo logró.

.

Pasaron años en los que no volvió a sufrir el recuerdo de su madre. Con un nuevo trabajo, casa y hasta pareja, se sentía completo y realizado… hasta que un día regresó de la peor manera. Sentada en un banco, pálida como la cera y trajeada de negro, la vio sentada en el banco de un parque mientras paseaba con su novia. La ignoró, intentó ignorarla, aunque no sirvió.

En su sofá, cubriéndose el rostro para no ver el horrible rostro que ahora presentaba, escuchaba.

«Se ha quedado embarazada para engancharte y luego se irá con otro. Lo sabes bien. Acaba con ella antes de que te engañe». Y así se repitió todos los días hasta que, armándose de valor, agarró un cuchillo y tomó una decisión.

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LITERARTOBER 2021/9. LIBRO

Libro

Fidel se encontraba muy triste. Su amigo desde párvulos, Rober, había aparecido en su casa colgado. La policía le había hecho algunas preguntas para saber si había notado alguna actitud extraña en él y, aunque era un friki y últimamente estaba obsesionado con un nuevo libro, jamás pensó que aquello pasaría.

La madre de Rober le había pedido que la ayudara a recoger sus pertenencias y le pidió que se llevara algunas a casa por la buena relación que tenían. Recostado en su cama, sus ojos se posaron en el último libro que estaba leyendo su amigo y que nunca le prestó. Lo abrió despacio y se sorprendió cuando vio que no había nada escrito en él, aunque de pronto eso cambió y empezaron a materializarse letras en sus hojas.

«Hola, Fidel. Soy un “libro del saber”. A partir de hoy te enseñaré los secretos de la vida, pero para aprenderlos tendrás que hacer lo que te diga. No hay conocimiento sin sacrificio. ¿Aceptas?».

Asustado, el chico sintió la necesidad de deshacerse del libro, pero su curiosidad pudo más que él. Cuestionó el tipo de sacrificios, pero cuando las letras le pidieron que siguiera una serie de pasos en el próximo examen y sacó un diez, lo comprendió. Tan solo se trataba de hacer lo que decía.

De esa manera, día tras día, Fidel aprendió a vivir. Incluso, se armó de valor para hablar con la chica que le gustaba y consiguió que aceptara salir con él. Pero el aprendizaje, con el tiempo, implicó sacrificios mayores que él ya no veía como tal.

Las botas negras de un hombre se detuvieron delante de un libro tirado en la acera y empapado por la lluvia. Había salido despedido de un coche debido a un accidente mortal por choque frontal con dos fallecidos: una pareja joven.

—Sabía que dejarlo en un instituto daría sus frutos —comentó mientras lo recogía y pasaba las hojas—. Esta vez, han sido dos almas por el precio de una.

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LITERARTOBER 2021/8. GATO

Gato

En su familia siempre habían compartido sus vidas con gatos. No sabía con certeza de dónde provenía esa costumbre, pero lo que tenía claro es que no lo entendía. No le gustaban, sus ojos cristalinos que, al mirarlos, no te permitían descifrar sus intenciones la ponían nerviosa. Le parecían criaturas repulsivas, siempre dejando pelo por todos lados. No soportaba a Chibi, el gato de su madre, recogido en la calle hacía años. Lo ignoraba, por mucho que su madre le dijera que eran criaturas extraordinarias, y se hubiera deshecho de él si ella no hubiera estado tan obsesionada.

Cuando la noticia de la muerte de su tío, sin hijos y propietario de una finca, le llegó a través de una notificación de la herencia, no pudo alegrarse más. A pesar de ser un loco de los gatos, se había acordado de su sobrina mayor, a quien cedía su propiedad por completo con una condición: que viviera acompañada de al menos un gato. Sus primos la iban a envidiar y, por supuesto, no iba a pasar su tiempo con uno de esos bichos, aunque estaba dispuesta a hacer el paripé unos días.

Así, recogió un gato de la calle, como Chibi, y lo alimentó y cuidó las primeras semanas de vigilancia, pues su familia conocía su aversión por los mínimos. El gato sin nombre, por su parte, con actitud extraña, pasaba largas horas frente al cuadro gigantesco de un felino sobre las escaleras. Así lo hizo hasta que la vigilancia cesó y se encargó de abandonarlo lejos de allí.

.

. Horrorizada, esa madrugada se acordaba de Chibi y del gato que abandonó. Llevaba semanas oyendo ruidos y notando un olor nauseabundo en la casa, hasta que ese día, en la oscura nocturnidad, los grandes ojos del felino del cuadro se iluminaron. Con una pierna rota por haberse caído por las escaleras, veía cómo una sombra se arrastraba hacia ella con peligrosos jadeos, y solo cuando el frío tacto de la muerte alcanzó sus dedos recordó que su madre siempre le dijo que los gatos eran guardianes de otros mundos.

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LITERARTOBER 2021/7. LÁPIDA

Lápida

Tiempos duros corrían y, aunque lo que hacía se consideraba deleznable, prefería la supervivencia de su familia a la opinión del resto. Además, los muertos eran muertos y ya no les afectaba nada, por mucho que el refranero dijera que no había que molestarlos.

Así pensaba a la vez que observaba la lápida maltrecha que sobresalía del suelo. Dado su estado, nadie hubiera dicho que pertenecía a una ricachona, pues se veía abandonada, sucia y con los efectos del paso del tiempo muy acusados en la piedra, alejada de todas las demás y sin nadie que fuera a visitarla.

Sin embargo, se había informado bien sobre quién descansaba allí, ya que, a pesar de que se dedicaba a profanar tumbas para hacerse con los tesoros de los muertos, no le gustaba hacerlo de manera indiscriminada. Solo a los ricos y, en teoría, allí yacía una mujer tan usurera en vida que no dejó en herencia nada a su familia y se llevó todo con ella al hoyo. Así que, sin pensárselo más, procedió a realizar el trabajo que llevaba a cabo cada cierto tiempo para pagar la hipoteca y evitar el desahucio.

En efecto, cuando vio relucir los anillos y los colgantes en el cadáver bajo la luna, apretó triunfal los puños. Con esas joyas no tendría que preocuparse, por lo menos, durante un año. Después de arrancarlas del cuerpo, volvió a dejar todo como estaba y se marchó.

.

Dos noches después, de madrugada, despertó al notar que su mujer tardaba demasiado en volver a la cama. Conforme fue despejándose, el sonido de unos pasos arrastrándose lo alertaron. Parecía como si a quien caminara le pesara la vida. Con cuidado, abrió la puerta de la habitación y se acercó a las escaleras. Su corazón no pudo soportar la imagen de una figura huesuda que arrastraba por el cabello a su mujer y a sus hijas, con el cuello desgarrado y sin algunos dedos, mientras que, con desesperación, rebuscaba y rebuscaba por toda la casa.

©2021, Verónica Monroy

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